La venganza de la democracia

“Cuando era pequeño tenía un vecino con un nombre sacado de una novela de Dickens, el Sr. Charles Hazard, y a mi vecino no le gustaba nada que los perros del barrio estropearan sus parterres.

Un día oí gritos al otro lado de la calle, y corrí a casa del Sr. Hazard, había allí unas quince personas rodeando a mi perro Teddy, que se retorcía en el suelo en plena agonía, sangraba a chorros por la boca. El Sr. Hazard había mezclado cristales con comida para perros y se lo había dado.

Cogí una lata de gasolina y le quemé los parterres, pero no me quedé satisfecho del todo.

Recordé de pronto que el Sr. Hazard era un cargo electo, era jefe del concejo municipal. Todo el mundo daba por sentado que saldría reelegido. Y llegó el día de las elecciones y me fui hasta el barrio negro de la ciudad. Aquellas personas no habían participado en ninguna elección. Yo a pesar de mi edad podía conducir un tractor, así que los subí al remolque y los llevé al colegio electoral, después les dejaría otra vez en su barrio.


Pero antes de que se bajaran para votar, les dije: «No deseo influir en vosotros pero quiero que sepáis que el Sr. Charles Hazard ha matado adrede a mi perro.»

Votaron aproximadamente 400 electores, de los cuales yo había llevado a 96. Hazard perdió por 16 votos. Y aquel día me enamoré de este país”


(Charlie Wilson, La guerra de Charlie Wilson)
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