Una gran familia

“Todo el mundo tiene dos progenitores, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, 16 tatarabuelos, etc. Por cada generación que retrocedamos, tendremos el doble de antepasados directos. Cabe advertir que este problema guarda mucha semejanza con el del ajedrez persa. Si, por ejemplo, cada 25 años surge una nueva generación, entonces 64 generaciones atrás serán 64 X 25 = 1.600 años, es decir, justo antes de la caída del imperio romano. De este modo cada uno de los que ahora vivimos tenía en el año 400 unos 18,5 trillones de antepasados directos..., o así parece. Y eso sin hablar de los parientes colaterales. Ahora bien, esa cifra supera con creces la población de la Tierra en cualquier época; es muy superior incluso al número acumulado de seres humanos nacidos a lo largo de toda la historia de nuestra especie. Algo falla en nuestro cálculo. ¿Qué es? Bueno, hemos supuesto que todos esos antepasados directos eran personas diferentes. Sin embargo, no es ése el caso. Un mismo antepasado se encuentra emparentado con nosotros por numerosas vías diferentes. Nos hallamos vinculados de forma repetida y múltiple con cada uno de nuestros parientes, y muchísimo más con los antepasados remotos. Algo parecido sucede con el conjunto de la población humana. Si retrocedemos lo suficiente, dos personas cualesquiera de la Tierra encontrarán un antepasado común. Siempre que sale elegido un nuevo presidente de Estados Unidos, alguien —generalmente un inglés— descubre que el nuevo mandatario está emparentado con la reina o el rey de Inglaterra. Se considera que esta circunstancia liga a los pueblos de habla inglesa. Cuando dos personas proceden de una misma nación o cultura, o del mismo rincón del mundo, y sus genealogías están bien trazadas, es probable que se acabe por descubrir a su último antepasado común. En cualquier caso, las relaciones están claras: todos los habitantes de la Tierra somos primos.”
(Carl Sagan)
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Estupidez inherente

“El fútbol no sólo un negocio pequeño. También es un mal negocio. Todo aquel que pase un tiempo dentro de este deporte descubrirá pronto que, de la misma manera que el petróleo forma parte de la industria petrolífera, la estupidez forma parte del negocio del fútbol.”
(Simon Kuper y Stefan Szymanski, Soccernomics)
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Si

Si puedes mantener en su lugar tu cabeza cuando todos a tu alrededor,
han perdido la suya y te culpan de ello.

Si crees en ti mismo cuando todo el mundo duda de ti,
pero también dejas lugar a sus dudas.

Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes con engaños,
o si, siendo odiado, no te domina el odio
Y aún así no pareces demasiado bueno o demasiado sabio.

Si puedes soñar y no hacer de los sueños tu amo;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo.
Si puedes conocer al triunfo y la derrota,
y tratar de la misma manera a esos dos impostores.
Si puedes soportar oír toda la verdad que has dicho,
tergiversada por malhechores para engañar a los necios.
O ver cómo se rompe todo lo que has creado en tu vida,
y agacharte para reconstruírlo con herramientas maltrechas.

Si puedes amontonar todo lo que has ganado
y arriesgarlo todo a un sólo lanzamiento ;
y perderlo, y empezar de nuevo desde el principio
y no decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón y tus nervios y tus tendones,
para seguir adelante mucho después de haber perdido,
y resistir cuando no haya nada en ti
salvo la voluntad que te dice: "Resiste!".

Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
o caminar junto a reyes, y no perder el distanciar de los demás.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar ese minuto,
con sesenta segundos que valieron la pena recorrer...

Todo lo que hay sobre La Tierra será tuyo,
y lo que es más: serás un hombre, hijo mío.

(Rudiyard Kipling, If)
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Los mapaches y las certezas

“Cuando era un muchacho interesado en la Naturaleza, leí en uno de mis libros que los mapaches siempre lavan su comida antes de comérsela. Mi padre me había dicho lo mismo y, por otra parte, siempre había visto a los mapaches haciendo chasquear su comida junto a un torrente, de modo que no tenía demasiadas razones para dudar.

El libro explicaba que su conducta no consistía realmente en limpiar los alimentos, sino sólo en humedecerlos, debido a que los mapaches carecen de glándulas salivales. Me parecía una explicación razonable, y durante mucho tiempo conservé en mi cabeza aquel fragmento de saber tradicional, que pasó a formar parte de mi propia infancia.

Un verano, sin embargo, durante un periodo de prolongada sequía, una familia de mapaches hambrientos empezó a acercarse a nuestra casa cada día al anochecer en busca de comida. Nos fue imposible no ayudarlos, y empezamos a comprarles galletas de perro, que guardábamos en un cobertizo detrás de la casa. Dado que los pobres mapaches no tenían glándulas salivales, yo solía sacar primero una olla con agua para que pudieran humedecer su comida. Luego, en cuanto abría el cobertizo y sacaba la bolsa de papel con las galletas, se arremolinaban a mi alrededor.

Sin embargo, muy pronto descubrí que, apenas oían el ruido de la bolsa de papel, los mapaches empezaban a salivar: la saliva caía literalmente de sus fauces. ¡Y eso que no tenían glándulas salivales! Después de eso, probé a darles de comer sin la olla de agua. No pareció importarles: comían de todas formas. Si el agua estaba allí, la usaban; si no estaba, se iban derechos a la comida.

Sigo sin saber por qué a los mapaches les gusta mojar sus alimentos en el agua; supongo que los lavan.

La moraleja es que, por muy plausible que parezca una teoría, el experimento tiene siempre la última palabra.”

(Robert L. Park, en su libro “Ciencia o vudú”)

Visto en Amazings
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Invictus

“Fuera de la noche que me cubre,
Negra como el abismo de polo a polo,
Agradezco a cualquier dios que pudiera existir
Por mi alma inconquistable.

En las feroces garras de las circunstancias
Ni me he lamentado ni he dado gritos.
Bajo los golpes del azar
Mi cabeza sangra, pero no se inclina.
Más allá de este lugar de ira y lágrimas
Es inminente el Horror de la sombra,
Y sin embargo la amenaza de los años
Me encuentra y me encontrará sin miedo.
No importa cuán estrecha sea la puerta,
Cuán cargada de castigos la sentencia.

Soy el amo de mi destino:
Soy el capitán de mi alma.”

(William Ernest Henley, Invictus)

Este es el poema que, en la película con el mismo título dirigida por Clint Eastwood, Mandela le escribe el al capitán de la selección sudafricana de rugby, Francois Pienaar, antes del comienzo del campeonato mundial de 1995. No obstante, en realidad lo que Mandela le dio en aquella ocasión fue el extracto de un discurso de Theodore Roosevelt.
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