Trabajo, ocio y budismo

“Existe un consenso universal sobre que el trabajo humano es una fuente de riqueza de primer orden. Ahora bien, al economista moderno se le ha educado en la consideración de que el esfuerzo o el trabajo son poco menos que un mal necesario. Desde el punto de vista del empresario es, en todo caso, simplemente un gasto que ha de reducirse al mínimo, si no puede ser eliminado totalmente, por ejemplo mediante la automatización. Desde el punto de vista del trabajador, es una «desutilidad»: trabajar es sacrificar el ocio y la comodidad de uno, y el sueldo es una especie de compensación por el sacrificio. De aquí que el ideal desde el punto de vista del empresario sea obtener una producción sin necesidad de empleados, y que para el empleado el ideal sea obtener ingresos sin necesidad de un empleo. (…)

El punto de vista budista estima que la función del trabajo tiene al menos tres cometidos: dar al hombre una oportunidad para utilizar y desarrollar sus facultades; ayudarle a superar su egocentrismo al reunirlo con otras personas para una tarea común; y producir los bienes y servicios necesarios para una existencia digna.

De nuevo las consecuencias que dimanan de esta visión no tienen fin. Organizar el trabajo de tal manera que se torne sin sentido, aburrido, idiotizante y estresante para el trabajador sería poco menos que criminal; indicaría una preocupación mayor por los bienes que por las personas, una horrible falta de compasión y un cierto grado de inclinación al lado más primitivo de esta existencia que destruye el alma. Igualmente, afanarse en el ocio como una alternativa al trabajo se consideraría una absoluta malinterpretación de una de las verdades básicas de la existencia humana, a saber que trabajo y ocio son partes complementarias del mismo proceso vital y no pueden separarse sin destruir el placer del trabajo y la felicidad del ocio.”

(Fritz Schumacher, Lo pequeño es hermoso)
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