“Érase una vez, un hombre sabio, como el propio Eiseley, que solía ir al océano a escribir. Tenía la costumbre de pasear por la playa antes de comenzar a trabajar. Un día estaba paseando a lo largo de la orilla. Al mirar hacia la playa, vio una figura humana moviéndose como un bailarín. (…) Entonces empezó a caminar más rápido para alcanzarlo. Al acercarse vio que era un joven, y que no estaba bailando, sino que en lugar de esto se agachaba en la orilla, recogía algo y muy suavemente lo lanzaba al mar.
Al acercarse, le dijo, «Buenos días ¿Qué estás haciendo?»
El joven se detuvo, se dio la vuelta y replicó «Lanzando estrellas de mar al océano».
«Supongo que debía haberlo preguntado antes pero ¿Por qué estás lanzando estrellas de mar al océano?»
«El sol ha salido y la marea está bajando. Y si no las lanzo morirán.» «Pero, hombre ¿No te das cuenta de que hay millas y millas de playa, y estrellas de mar a todo lo largo de ella? No va haber ninguna diferencia.»
El joven le escuchó amablemente. Luego, se inclinó, recogió otra estrella de mar y la arrojó en el mar, más allá de las olas. «Para esa va a ser diferente.»”
(Relato de Joel Baker inspirado por una historia de Loren Eiseley)
Este cuento/reflexión de Joel Baker me ha recordado a una inspiradora frase de la Madre Teresa de Calcuta, que ya publique, y que leí este verano en «Tres tazas de té» . Un estupendo libro sobre la odisea de Greg Mortenson en Pakistan y Afganistán. Una experiencia que demuestra que la educación es la mejor arma contra la intolerancia y la pobreza.